martes, 28 de septiembre de 2010

Miniseries: El pequeño gran formato

Pedazo de miniserie, pedazo de cartel


La miniserie es un formato televisivo que apenas las productoras se han atrevido a explotar. Y la verdad es que es una auténtica lástima. Es otro medio audiovisual diferente que sirve para contar historias, al igual que las películas o las series de larga duración. Pero está desaprovechado. Su fama está a la altura de los telefilms, películas de encargo con actores noveles para la televisión que dan vergüenza ajena. Uno no comprende como las productoras hacen películas de baratillo para que después sirvan a las grandes cadenas como relleno y no apuestan por este formato devaluado.

La miniserie ofrece ventajas. Cierto es que las productoras de cine no son muy dadas a la hora de realizarlas, porque suponen un coste más elevado que el de una película. No son pocos los films que han tenido un exceso de metraje y los directores han tenido que recortarlo para tener que exhibirlas. Películas que serían de cuatro o cinco horas y que bien se podrían dividir en dos (como Novecento o Kill Bill) y se pudieran exhibir tranquilamente en los cines con una pausa, o en días diferentes. Sin duda, estas películas largas es, en cuanto al cine se refiere, lo más cercano a una miniserie.

La otra parte positiva de este formato, es que a las productoras les cuesta mucho menos que una serie de varias temporadas. Menos salarios a todo el equipo creativo, menos inversión en mantener lujosos escenarios- uno de los motivos por los que tristemente se canceló la maravillosa Deadwood- etc. Además, al ser más larga que una cinta mostrada en la gran pantalla, se pueden recrear en los detalles, no omiten absolutamente nada y cuentan una historia larga que puede hacer las delicias del espectador. Más corta que una serie, más larga que una película, un gran formato que se debe explotar, porque ni recorta en minutos la historia como un film, ni se hace sempiterna y repetitiva como le sucede a infinitas series.

Pues bien, con todo lo que ofrece la miniserie, sigo sin entender su escasa utilización. Sólo la grandiosa Hermanos de Sangre, una producción de Steven Spielberg y Tom Hanks y que fue llevada a la pequeña pantalla de la mano de HBO, tiene la categoría de ser una miniserie de culto. La más famosa, la más venerada y loada, a la altura según gran parte de la critica y el público de grandes clásicos del cine bélico. Sólo Hermanos de Sangre ostenta esa consideración, el resto de miniseries tienen sus adeptos, sí, pero siguen estando infravaloradas. The Pacific es la última miniserie del binomio Hanks-Spielberg. Y la nada desdeñable Generation Kill, una visión hiperrealista de la Guerra de Irak, un cuasi-documental sobre los soldados americanos y las acciones que allí desempeñan, debería tener mayor prestigio del que posee.


La hasta ahora exitosa adaptación del best-seller


Pero hay un halo de esperanza para este formato. El reciente estreno de la adaptación del best-seller de Ken Follett, Los pilares de la Tierra- que ni he leído, ni he visto, ni ganas de momento que tengo- ha tenido un gran éxito en nuestro país. Más de cinco millones vieron el primer episodio (sólo fue superado por el Barça- Panathinaikos) y más de tres tuvo el segundo, siendo el programa más visto del día. Las audiencias son realmente formidables. La novela tiene mil paginas y, llevarla al cine sería una quimera, puesto que tendrían que recortar la historia por todas partes. No sé si es fidedigna o no, pero la novela de Follett sirve como ejemplo ilustrativo de que es un texto carne de miniserie. Se adapta perfectamente a este formato, dada su extensión, muy larga para los cines, muy corta para una serie larga. Desconozco los datos de audiencia de otros países, pero aquí está triunfando y eso puede servir para que otras productoras se animen y tomen ejemplo de lo que puede dar de sí una miniserie.

Ya sé que sería mucho pedir que las productoras se suban al carro con este formato debido a la escasez de ideas que impera en Hollywood, aunque teniendo el experimento del 3D para volver a tener grandes beneficios, parece que van a explotarlo. Además, es difícil saber si el espectador que acude a las salas estaría satisfecho, dado su alto precio y que además se queja- no sin razón- de que hay últimamente demasiados films que duran dos horas y media y que se alargan innecesariamente. Por pedir que no quede, ojalá se exhibieran las miniseries en cines, pero habrá que conformarse con que den el gran salto a la televisión.

Hay muchas historias que contar, adaptar grandes novelas de larga duración, o contar la vida de personajes históricos. Y este formato es el ideal para todos ellos. Ojalá cambie esa tendencia de referirse a las miniseries de forma despectiva, como quitando a este formato méritos o importancia y se empiece a hablar de su grandeza y se le tenga una mayor admiración y respeto. Estamos en una época en la que las series tienen una mayor consideración que las películas actuales, puede tener cabida la miniserie en esta dura pugna. Esperemos que así sea.

martes, 21 de septiembre de 2010

Proteger a los futbolistas

Tras las lesiones en tres jornadas de Liga transcurridas, de tres grandes futbolistas como son Cristiano Ronaldo, Kun Agüero y Messi, el debate en torno a la protección de los futbolistas ha alcanzado su auge esta semana, tras el pisotón que le propinó el defensa colchonero Ujfalusi a Messi. Periodistas, futbolistas y entrenadores se rasgan las vestiduras con una cantinela sobre la protección, que viene infundada por el simple hecho de que esos tres futbolistas tienen un eco mediático del que no gozan la gran mayoría de futbolistas de Primera División. Un inciso, es curioso ver cómo Eduardo Inda, director de Marca, pone el grito en el cielo por la entrada a Messi, cuando él fue el autor de la frase "hay que pararle por lo civil o lo criminal" por mucho que diga que esa sentencia se la copió a Luis Aragonés.

Pues bien, el asunto de la protección a los futbolistas me parece una memez absoluta. Parece una consigna, algo que debemos hacer todos, aportar nuestro granito de arena y no fomentar la violencia del fútbol y sí el fair-play pero la expresión "proteger a los futbolistas" es imposible e inviable . Todas esas buenas intenciones son muy bonitas pero si no juegan con una armadura medieval- lo sugería Josep María Casanovas, director del diario Sport de manera lamentable- van a estar expuestos a un montón de patadas. Porque no hay que olvidar que el fútbol es un deporte de contacto.

La cuestión está en que los árbitros deben aplicar el reglamento. Pues bien, en este caso, la entrada de Ujfalusi no es de roja directa- sí, creo que soy el único que lo piensa- es de segunda amarilla, ha supuesto por desgracia la lesión de Messi, el árbitro ha actuado en consecuencia, se le sancionará al checo con uno o dos partidos y a otra cosa. Messi en dos semanas volverá a darnos alegrías para la gracia de los culés y santas pascuas. ¿Qué más podía hacer el árbitro? Nada, ha obrado en consecuencia. En otros casos, en los que un equipo utiliza un juego duro, a base de hacer faltas, si el árbitro considera que son bruscas, las sancionará pronto con amarillas para ese equipo y, a lo mejor, se amilanan y no cometen tantas faltas. Aun dándose ese caso, la acción del árbitro no te garantiza en absoluto que has protegido a los futbolistas del otro equipo. Si un entrenador les dice a sus jugadores que para frenar al contrario hay que hacerlo a base de faltas, lo hacen durante todo el partido. Es su tarea, su forma de intentar llevarse el partido. Y el árbitro no va a impedir que sigan cometiendo faltas por muchas amarillas que saque. En un lance del juego, puede haber una lesión y, aunque el árbitro haya sacado nueve amarillas al equipo del infractor, no lo va a poder impedir. Lesiones ha habido, las hay las habrá siempre, es una circunstancia desgraciada en la práctica del fútbol pero que todos tenemos que tener en cuenta. Es imposible proteger a un jugador, porque puede lesionarse en cualquier momento.

Ni mucho menos estoy defendiendo el juego sucio, sí defiendo la intensidad, no la agresividad. Una cosa es dar patadas de roja y que no se sancionen cada dos por tres y otra muy distinta es impedir que un equipo que intenta atacar se le frene a base de faltas. A este trío de jugadores excepcionales, la única forma de pararles es haciéndoles falta. Como a estos, a Rooney, a Drogba, Cesc, Eto'o, Milito y a todas las grandes estrellas del fútbol mundial. Y se lesionarán o no, pero no se puede impedir que un futbolista haga una falta. Pueden sacarle amarilla, roja o sancionarle con varios partidos. Es ley de fútbol, es un deporte de contacto y hay un montón de faltas en cada partido y un montón de lesiones, sólo que no tienen tanta repercusión si son de jugadores menos mediáticos.

En estos días, periodistas y aficionados se dedican a tirar de videoteca para hablar de otras grandes entradas. La entrada de Figo a César Jiménez, jugador del Zaragoza que no volvió a jugar al fútbol. O la entrada de Touré Yayá a Matuzalem. O la de Diawara a Crisitiano. O la de Giovanella a Manuel Pablo. Y, remontándonos aún más lejos en el tiempo, el pisotón de Simeone a Julen Guerrero o la entrada de Goikoetxea a Maradona. Y, aunque en algunos casos donde tristemente no se sancionaran a los infractores (lo que es vergonzoso) el caso es que sí tuvieron eco y tuvieron mucha repercusión. Pero, aunque yo no nací cuando lo de Maradona y era pequeño cuando lo de Julen, no recuerdo en el resto de jugadas que se montara un absurdo debate sobre la protección de los futbolistas. Y son ejemplos elocuentes, muchísimo más duros que las entradas a Cristiano, Kun y Messi.

Al margen del absurdo debate, lo que ya es demagogia barata es que se deba sancionar al infractor con el mismo tiempo que esté de baja el damnificado. Todos recordamos la nefasta actuación de Pepe pateando a Casquero y dando un puñetazo a Albín. Fueron diez partidos. Sanción justísima que nadie objetó, ni siquiera el Real Madrid. Por equiparar tiempos de baja y sanciones ¿Qué hacemos, le metemos ocho partidos a Diawara por lo que le hizo a Cristiano? ¿Veinticuatro partidos a Touré por lo de Matuzalem? Y a Figo había que haberle retirado también, ¿no? Falta un poco de seriedad y de cordura en todos estos casos de lesiones.

Las lesiones son una desgracia, un infortunio, algo que no nos gusta a nadie. Y el juego sucio tampoco. Pero hay ocasiones en las que se magnifican las cosas, se exageran hasta el extremo y se dice mucha tontería en pos de las buenas intenciones. Proteger a los futbolistas es imposible, no se puede hacer, no hay forma ni manera. Basta ya de tanta parida.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Incultura Musical

¡Escuchad a la Credence, coño!


Como ya escribiera hace unos cuantos años para ese fanzine llamado Smecta (a ver cuando el señor editor se digna a aparecer por estos lares) vuelvo a recurrir a un tema muy manido, del que siempre estoy hablando y que nunca entenderé. Y es que el nivel musical que hay en este país es vergonzoso, los gustos de la gente están realmente atrofiados. Yo no sé si es desidia por no intentar buscar músicas diferentes o simplemente están todos aborregados por los medios, porque quieren estar adaptados a su entorno y no desentonar.

Estoy hasta el gorro de esa mierda. Y todos saben a lo que me refiero. Las canciones del verano lamentables, pachangueo puro, ese pop tan baboso que da náuseas. El flamenquito cutre también conocido como gitaneo, no confundir con artistas de puro flamenco de la talla de Paco de Lucía, Camarón, Morente o el Cigala, artistas de verdad, me refiero a Camela y sucedáneos. O ese rock que nos intentan vender, que no es más que pop con guitarras con algo de distorsión, con esos grupúsculos a la cabeza como son El Canto del Moco, Pereza o Pignoise (pena que te lesionaste cuando jugabas al fútbol, Álvaro, nos hubiéramos ahorrado tu mierda) esos tipos que cantan como si estuvieran vomitando y de los que han salido mil y un clones, ya que cualquiera puede tocar eso. Toda esa música nos bombardea día y noche en los medios, los centros comerciales y los bares.

Pero es que hasta tengo la desgracia de sufrirlo en casa. Los nuevos e insoportables vecinos que se van regenerando año a año, siguen poniendo mierda. Rejjjjaetón, chundarata, boleros, baladitas en plan moñas... Y sufro, porque cuando oigo esa mierda, mis oídos (y los de cualquiera con un mínimo de criterio) detectan la mierda y se desgastan. Son dañinos para el cerebro. Cuando alguien pone una de Bisbal, reggaetón, Amaral etc, algo debe fallar en su cerebro. Las conexiones neuronales tienen que estar en off. ¿No se dan cuenta de que están escuchando pura mierda? ¿Que son malos para la salud? Parece ser que no.


Mis ojos no dan crédito. Sellos de la movida. Así va el país...


Luego están los que lo bailan en las discotecas pero saben que es lo peor de lo peor y entre este grupo, están muchos de mis amigos. Al estar borrachos, no pasa nada, debe ser cosa del cerebro también, que hace que todo te de igual. Pues bien, yo debo ser un bicho raro, porque esa música me martillea aún más la cabeza, la hace más insoportable. Es más, te puede bajar el alcohol de manera considerable. Bailar por bailar siempre me ha parecido patético y, como intento de ligar con una piba, al margen de que yo haría el ridículo, muchos deberían aplicarse el dicho: "si no sabes torear pa' qué te metes". La música tiene que salir de dentro, del corazón. Estos tipos sólo hacen basura porque saben que van a vender un porrón y se van a forrar, estoy convencido de que la mayoría lo hace por dinero. Es música falsa, sin sentimiento, todo por la pasta.

¿Y toda esta proliferación de incultura a qué se puede deber? Al margen de lo citado en el primer párrafo, conviene repasar lo que ha pegado fuerte en los últimos años en este país. En los '60 y '70, triunfaban Fórmula V, Los Bravos, Los Brincos, Marisol, Concha Velasco, Karina... vaya nivel. Los tipos raros en este país eran los hippies, porque conozco a cuatro gatos de esa época que escucharan a Jimi Hendrix. Luego llegó la mayor escoria de todas, la sobrevalorada, mitificada y hasta considerada de culto por algunos, movida madrileña. Lo peor que le podía pasar a este país en el panorama musical era derivar hacia esto. Alaska, Radio Futura, Gabinete Caligari, Antonio Vega, Los Secretos... En fin, moñas pardillos sin un ápice de clase y esos "siniestrillos" que iban con pelucones y hacían canciones technoides de lo más patéticas. Seguimos acaballo entre los '80 y '90 y más de lo mismo: Seguridad Social, El Último de la Fila, Mecano, Alejandro Sanz... más de lo mismo hasta hoy, con la explosión del bakalao, las mierdas del verano y los plastas de OT. El que ha pegado fuerte este año es el tal David Jeta-Infetca, un gabacho caradura que se dedica a hacer una base unda-umch con la voz de un fulano o una mengana por encima. ¿No dan ganas de pegarle cuatro tiros cuando oyes eso? A mí sí, será que llevo un asesino dentro reprimido. La pena es que ahora no se compran discos, pero siempre me he hecho la misma pregunta: ¿Qué mierda de colección de discos tendrá esta peña? Me haría gracia comprobar cómo se avergüenzan de tener discos que ni se acuerdan de haber comprado.

Pero ojo, que el caso particular de este país es grave, pero no, la inmundicia se expande y la gente escucha basura a nivel mundial. Londres, Picadilly Circus, un barrio famoso por sus tiendas de discos. Una discoteca petada. Suena La Bomba del tal King África- ¿qué ha sido de él?, jaja-. Primera reacción: "¿Cómo ha podido llegar esta canción aquí?. Segunda reacción: "acojonante, todo el mundo está bailándola y la cantan penosamente". Tercera reacción: "Definitivo, la gente no tiene criterio y la hediondez nos invade" Cuarta y última reacción: "Estamos jodidos".


Y lo que le he hecho al David Jeta es poco. Soy malo en el paint...


Bien, pues es que hay una gigantesca cantidad de música que no salen en todos los medios cada dos minutos. Rock, Heavy, Jazz, Blues, Folk, Soul, Country- que cada vez me parece más elegante si está bien hecho, ojo no me de por el country- y muchos estilos más. Esa música maravillosa, esas canciones que las reconoces con los tres primeros acordes. Comentaba con un colega que escuchar a Cream es lo más comercial y normal del mundo. Y lo sostengo, lo que pasa es que en este país no sólo no sucede, sino que eres el tío más raro del mundo (y hasta culto si me apuras) porque te gustan. Eso es lo que debería ser lo normal, hasta lógico. Cuando toda esta peña se emocione con esa combinación de golpes de batería y después esos riffs maravillosos del War Pigs de Black Sabbath o ese solo de guitarra, con el alarido de Robert Plant con el crescendo, sólo de bateria para volver al riff principal y otro redoble y yo que sé !!¡la puta parte del medio de Dazed and Confused, joder!!!!! cuando entiendan que eso es música de verdad, auténtica, sin gilipolleces, empezaremos a entendernos y ellos tendrán algo de cultura musical.

jueves, 9 de septiembre de 2010

La clasificación para la Eurocopa/Mundial

Podemos disfrutar mejor de nuestra selección


Pues sí, vuelvo a escribir antes de lo esperado y es que me he tomado una nochecita de descanso para dar caña el fin de semana. Además, quería aprovechar los recientes partidos de España para comentar el tema, que surgió en un debate interesante en el gran blog de fútbol DDF, que daba para un artículo.

La clasificación que disputan las selecciones para un torneo importante como es la Eurocopa o el Mundial es un coñazo de proporciones biblícas. Primeramente, porque interrumpen la Liga cada dos por tres. Uno lleva un montón de tiempo esperando a que comience el torneo de la regularidad y, a la primera jornada y todos los años, ¡zas! se interrumpe porque tienen que jugar las selecciones. Y, en el caso particular de España, colocan un amistoso tres días después en el otro lado del Atlántico, lo que supone cansancio y desgaste para los jugadores. Que me llamen oportunista porque España ha empatado con México y ha sido sonrojada por Argentina en los dos últimos amistosos, pero este tipo de partidos son innecesarios. Las Federaciones se dedican a montar pachangas para después llenar el cazo. Y son encuentros que molestan y que no les interesa absolutamente a nadie. Además, cargan un calendario que está repleto de partidos, luego los jugadores se lesionan, no rinden bien el partido siguiente, etc. El denominado Virus FIFA, un mal que atenta a los grandes clubes.

Una de las formas de aligerar el calendario(al margen del debate perdido sobre la Copa del Rey, que debería ser a un sólo partido) es la de cambiar el criterio de clasificación para los grandes torneos, porque resulta absurdo. En la UEFA están inscritas 53 selecciones a pesar de que algunas de ellas se encuentran geográficamente en el continente asiático. Y juegan por el sistema de la liguilla todos contra todos, divididas en grupos de entre cinco y seis equipos. Este sistema lo que hace es que las selecciones jueguen como mínimo ocho partidos, más los viajes al extranjeros. Además, su distribución es penosa: empezaron el viernes (han tenido e detalle de poner los partidos viernes y martes para perjudicar algo menos a los clubes) y no terminarán hasta el año que viene. Así, al espectador medio, los partidos de clasificación le importan un rábano, dando por hecho que su selección se clasificará seguro, como es el caso de España, Alemania, Italia etc.

Este sistema de clasificación merece un renovado de manera urgente. Como se hace en otras confederaciones como en la CONCACAF (América del Norte y Central), Asia y África, las selecciones con menor coeficiente FIFA disputan una eliminatoria previa a doble partido para reducir selecciones. Cierto es que, en la práctica, en estas confederaciones juegan una mayor cantidad de partidos, pero así reducen el número de equipos menores que se enfrentan a los grandes de cada continente. Pues eso se debería hacer en Europa. Cuando vaya a empezar la fase de clasificación, un número X de equipos deberían estar exentos de esa ronda previa y jugar la fase de la liguilla. Ese número dependerá de si hay anfitriones que están clasificados directamente para el torneo- Polonia y Ucrania este año- y para que cuadren las eliminatorias para que en la fase previa se enfrenten un número concreto de equipos. Mi propuesta sería que la jugaran 32 equipos en grupos de 4. 13 selecciones se clasificarían para esa previa directamente y otras 19 saldrían de la ronda previa. Como se tienen que clasificar 14 equipos porque ya hay dos, pasarían los ocho primeros de cada grupo y los cuatro mejores segundos. Luego, entre esos cuatro equipos restantes, una repesca. Podéis hacer las cuentas porque cuadran.


El trío calavera


En segundo lugar, este torneo debería realizarse en muchísimo menos espacio de tiempo. Se podría jugar perfectamente en un mes a final de temporada, en Junio. Cada selección disputaría seis partidos, se pueden jugar cuatro en fin de semana y dos entre semana. Sería bueno para el espectáculo, para los clubes y para la competitividad del fútbol. Como se reduciría el calendario por la exclusión de estos partidos, la temporada acabaría antes y se disputarían estos torneos de clasificación con tranquilidad. Ya está bien de partidos entre las competiciones de clubes, porque ahora apetece Liga y Champions por encima de todas las cosas, no pachangas insulsas.

¿Y todo esto por qué? Muy sencillo. Al reducirse el número de equipos las selecciones serán de mayor nivel. Los partidos serán muy interesantes. Ya está bien de ver jugar a grandes equipos contra Andorra,Islas Feroe, San Marino, Liechtenstein, Malta, Kazajistán o Luxemburgo. Todos tienen derecho a jugar, cierto, pero estos equipos reciben soberanas palizas cada torneo. Dan sorpresas puntuales sí, pero nunca llegan a un gran torneo. Además, nunca van a dar un gran salto cualitativo debido a su escasez de medios y a su bajísima población. Hace dos años, Inglaterra no se clasificó para la Eurocopa de manera incomprensible. Sus verdugos fueron Rusia y Croacia. Añadir a esas dos selecciones el nombre de otro semifinalista de la Eurocopa, Turquía y cambiar Inglaterra por España. ¿Se imaginan un grupo para clasificarse para un gran torneo con España, Rusia, Turquía y Croacia? Ni en la misma Euro. Es un caso que se podría dar, sería precioso.

Además, con esto, se crearía una cultura de selección en este país. Sí, todos nos vimos el Mundial y disfrutamos mucho. Pero, a la gran mayoría de futboleros en España, no les interesa la selección más que en los Mundiales. Me incluyo. Porque doy por hecho la clasificación. Porque no me motiva tumbarme en el sofá y tragarme un insustancial Lietchenstein- España. Así, podría disfrutar de mi selección más veces que cada dos años. Todos los años, con intensidad, en un sólo mes. Y los clubes no saldrían perjudicados. Gana el fútbol y el espectador. Pero ya se sabe, la incompetencia de la UEFA y de la FIFA que son las encargadas de elaborar estos calendarios, es impresionante. No es cuestión de rajar ni de Villar, ni de Platini, ni de Blatter, pero con otros dirigentes con una perspectiva diferente y una manera transparente de hacer las cosas, esto podría cambiar. Eso sí, me quejo yo que soy europeo, los de otros continentes estarán que trinan porque las clasificaciones para el Mundial las empiezan el año que viene.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Grandes Películas de la Historia: El Hombre que Mató a Liberty Valance

Título: El Hombre que Mató a Liberty Valance
Título Original: The Man who shot Liberty Valance
Director: John Ford
Guión: James Warner Bellah & Willis Goldbeck
Música: Cyril J. Mockridge
Fotografía: William H. Clothier
Reparto: John Wayne, James Stewart, Lee Marvin, Vera Miles, Edmond O'Brien, Woody Strode, Andy Devine, Lee van Cleef, Jeanette Nolan
Año: 1962 Duración: 120 mins B/N
SINOPSIS: Un senador anciano relata la historia de su llegada al Oeste, donde cuenta lo que realmente sucedió en la leyenda. Al llegar, es atacado por el bandido más temido, Liberty Valance...








Antes de empezar, quisiera hacer varios apuntes. Empiezan las fiestas de Valladolid, así que, entre fiesta y resaca tardaré varios días en publicar algo. Eso sí, rondaré por los comentarios. El Hombre que Mató a Liberty Valance es, mi quinta peli favorita, sí. Como ya dije en el primer post de esta sección que abrí con la crítica de El Padrino, esta es la última película que va en orden según mis gustos. A partir de la sexta entrega de Las Grandes Películas de la Historia, el número que viene al lado del título pasa a ser irrelevante, simplemente se trata de otra obra maestra que merece estar en esta sección. Y, por último y no menos importante, si no has visto la película, te recomiendo fervientemente que no leas ni el antepenúltimo ni el penúltimo párrafo, porque en uno destripo la escena de escenas y en el otro cuento el final de la peli. Y, cuando la veáis (ya estáis tardando, pazguatos) comprenderéis por qué lo escrito. Basta de rollos y vamos al lío.

¡QUÉ GRANDE ES EL CINE!

El Hombre que Mató a Liberty Valance es la obra maestra absoluta de ese genio irlandés llamado John Ford.

En plena madurez creativa, Ford se encarga de dar carpetazo al western clásico de una manera asombrosa, género que él mismo se encargó de encumbrar en un buen puñado de obras. Para ello, realiza numerosos cambios sustituyendo los paradigmas del western, por otros más modernos. Monument Valley no tiene cabida en esta cinta. Los espacios abiertos se terminaron, todo se desarrolla en sombríos interiores, entre bambalinas, sin esas largas persecuciones a caballo. No hay indios, no hay séptimo de caballería, apenas hay alguna diligencia. Ford demuestra que también es un genio sin un director de fotografía a color de sus enormes desiertos, se mueve como pez en el agua en esos planos oscuros. Es el cambio, es la evolución. Ford mira con nostalgia desde la perspectiva de Ramson Stoddard un tiempo pasado, mítico, pero que toca a su fin.

Los temas principales que se encuentran en este film son muy variados, todos ellos ligados a la época de transición que estaba viviendo el far-west. La llegada del ferrocarril, deja a un lado las diligencias y los caballos de los vaqueros. El eterno conflicto entre granjeros y agricultores por las tierras. Normalmente, en cualquier película de Ford, este dilema se hubiera resuelto a tiro limpio, en una batalla campal entre ambos bandos que se hubiera saldado con un montón de muertos y de sangre en el desierto. En esta ocasión no se trata de eso, no, Ford lo resuelve con una reunión en la que cada uno expone sus ideas pacíficamente, dialogando. Es el principio de la democracia.


¡La escena del bistec! ¡Ole!


Esa misma democracia la vuelve a exponer en la escena de los mítines para llegar a Senadores, que resulta muy esclarecedora. Ya por aquél entonces, tanto periodistas como abogados y jueces tenían el toro cogido por los cuernos, cortaban el bacalao en la política. Además, Ford hace una sutil crítica a toda esa parafernalia tan yanqui y tan republicana que envuelve a las elecciones, mostrándonos la llegada de uno de los aspirantes al estrado, presentada por un tipo montado a caballo y disparando.

Pero lo que más destaca, es el enfrentamiento entre el hombre del Este y el hombre del Oeste. El hombre del Este es alguien culto, letrado, muy educado y de buenas maneras. Viste bien, es amable, todo intenta resolverlo a través del diálogo, en definitiva, es un idealista. El vaquero del Oeste es todo lo contrario. Son analfabetos, rudos, sucios y salvajes. Todas sus disputas se zanjan con las pistolas, no han oído en su vida palabras como civismo. Pero sí un sentido de la justicia y del honor tan grandes como los de los hombres ricos del Este.

Pero no sólo es eso. El Hombre que Mató a Liberty Valance es una historia sobre la justicia. Es el fin de los forajidos, de esos pistoleros que se toman la justicia por su mano. Es tiempo de progreso, de ideales, de acabar con la tiranía de los poderosos a través de las palabras.
Y, por supuesto, es una historia de amor. Amor imposible entre un hombre y una mujer, representados en una casa quemada y en una flor de cactus sobre un viejo ataúd. Aquí, la poesía de Ford alcanza una de sus mayores cotas, capaz de representar algo tan grande como el amor con tan sólo un par de guiños. Y amor por el western. Una mirada nostálgica, aunque sin ganas de volver a ese pasado oscuro, representada por ese abogado canoso.


¡Quietoooorl!

Llegando al plano interpretativo, el film cuenta con uno de los mejores repartos de la historia. Empezando por tres actores secundarios clave, como son el eterno Woody Strode, el habitual de Ford Andy Devine y el casi inexpresivo Lee Van Cleef. Edmond O'Brien como ese periodista borracho, obsesionado con encumbrar las historias que suceden en el pueblo. Sabio e inteligente cuando está sobrio, resulta ser un personaje muy entrañable. Espectacular Vera Miles como la mujer del Oeste. Una chica enamorada del hombre rudo del pueblo Tom Doniphon, pero que descubre con la llegada del abogado Ramson Stoddard que hay algo más que duro trabajo fregando platos, hay libros y hay leyes. Se debatirá entre ambos hombres, buscando en ellos la seguridad de la rudeza o la seguridad de la palabra.

Y llegamos al trío de ases. Empezando por un inconmensurable Lee Marvin, nuestro Liberty Valance, uno de los forajidos más legendarios de la historia del Oeste. Sus apariciones son escasas, pero son suficientes. En ellas muestra su grandeza, su dureza, el terror que a su paso inflige sobre los habitantes del pueblo. Sus actos están llenos de violencia. Pero, incluso da más miedo cuando no aparece en pantalla. Es la sombra que pulula sobre las almas de los lugareños, es la representación del mal. Es el ogro, el hombre del saco que hay que combatir cómo sea pero que nadie se atreve a hacerlo. Sin duda, con esta actuación, Lee Marvin se ganó un lugar privilegiado en el Olimpo de los Dioses de Hollywood.

La actuación de James Stewart es sencillamente sublime. Él es Ramson Stoddard, el hombre aventurero llegado del Este. Representa todo ese progreso que ya hemos mencionado, pero encontrándose en un sitio que no es el suyo. En una realidad que no comprende y que intentará cambiarla con sus propios métodos. Pero, sucumbe ante la imposibilidad de utilizar su inteligencia, viéndose obligado a encarar la injusticia en la única forma que conocían los hombres del Oeste, revólver en mano. Stewart ya era una estrella, pero volvió a demostrar por qué es una de ellas.


¡El puto Edmond O'Brien, joder!


Y, resulta que en esta película sale John Wayne. Con eso estaría dicho todo, salvo en este caso. El Duke realiza la mejor interpretación de su carrera y eso es decir mucho. Un personaje lleno de matices, con esa clase, esa dureza, ese porte y esa elegancia exquisitas, ese eterno vaquero que representa la leyenda del western. Pero hay más que eso. Es Tom Doniphon, un hombre que simplemente actúa por ganarse el amor de una mujer. Un tipo sensible, que duda, se desespera y mata por amor. Wayne es capaz de aunar todo lo bueno del amor de un hombre que profesa hacia una mujer y lo mejor de su indudable dureza y chulería. Tom Doniphon es un personaje sencillamente inolvidable, tan legendario como el propio western y es que John Wayne era el Dios de este género.

Todo lo anteriormente citado resulta muy bonito. Maravilloso diría yo. Pero, no podía terminar de cerrar ésta crítica sin antes tener que contar un par de cosas esenciales en la trama, más que nada por devoción a la propia película.

La escena del bistec. Una de las más grandes escenas jamás rodadas en la historia del cine. No sólo por lo que representa. Dos hombres son capaces de matarse por un mísero bistec que acabará en la basura. Porque Liberty Valance le pone la zancadilla a Ramson Stoddard que portaba el ya mítico bistec de Tom Doniphon. Sus miradas de odio, llenas de dureza, que se lanzan rayos amenazadores, ese porte con el que ambos no pierden los nervios, simplemente se miran fijamente el uno al otro. Pero hay más. La patada. La soberana patada. La patada de todos los tiempos. John Wayne, en un alarde de dureza impresionante, le propina un soberbio patadón en toda la cara a uno de los secuaces de Valance. Pero lo mejor es la forma. Sigue en el mismo sitio, no se ensaña, le importa un carajo ese mequetrefe al que ha golpeado. Sencillamente le mira bajando la vista para saber donde está y le da con toda la puntera. Y después se centra en Valance, su verdadero enemigo, el que le importa. Y le espeta: "Te he dicho a ti, Valance. Recógelo!!!" No se puede tener más arte en la historia!!!!!


Recuerda, recuerda...


Y el final. Un final ciertamente complejo y contradictorio. Stoddard es el hombre que ha pasado a formar parte de la leyenda. Todo el mundo cree que fue El Hombre que Mató a Liberty Valance. Se lleva toda la gloria, el futuro y a la chica. En cambio, Tom Doniphon sí fue El Hombre que Mató a Liberty Valance (de ahí la importancia del título) Pero se queda sin gloria, sin futuro y, lo más importante de todo, sin la chica. Toda esa belleza que hay intrínseca en ese final, esa intención de Ford tan majestuosa no es suficiente para que no me deje llevar por el entusiasmo y el ser superficial. Lo soy y a mucha honra. A pesar de todo eso que implica. Su grandeza no es esa. Sabiendo que queda media hora y de pronto Stoddard dispara a Liberty Valance, uno no da crédito. No se puede creer lo que está viendo. Con todos mis respetos para James Stewart (al que acabo de idolatrar) no es posible que un mísero lavaplatos se cargue al más bastardo de todos. Es inverosímil. Cuando, a diez minutos del final, cuando Tom Doniphon le dice, le dice señores entre el humo de un cigarrillo a Stoddard eso de recuerda, recuerda, vemos un oscuro flash-back en donde John Wayne desde un lateral se carga a Valance, a Lee Marvin. En ese momento, uno se levanta del asiento y grita: "John Ford no nos ha fallado!!" Y es que, aunque en el film la gloria se la lleve James Stewart, en nuestro corazón se la lleva el glorioso John Wayne.

Para concluir, decir que la grandeza de John Ford reside en que ha sido capaz de mitificar a un género, el western, y llevarlo a las más altas cumbres cinematográficas, pero a su vez, lo desmitificó, lo echó todo por tierra de una forma brillante. John Ford imprimió la leyenda del western. Cuando uno termina de ver El Hombre que Mató a Liberty Valance, sólo le queda gritar a los cuatro vientos: qué grande es el cine!!!!!


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